
La cosa estuvo así: en mi post anterior escribí una reflexión sobre lo desagradable que me resultaba esa actitud del mexicano de aventar la piedra y esconder la mano y citaba, a manera de ejemplo, una experiencia que me había ocurrido recientemente con un grupo de trabajo y que resultaba ser elocuente al respecto. Como de costumbre publiqué el link al blog en Facebook por si alguien se interesaba en leerlo. Hasta donde puedo discernir por los comentarios que dejaron, la entrada la leyó un amigo, un estudiante y basta. Pero, y acá está el detalle, también la leyó el director del proyecto al que me referí y que por supuesto, no se tomó el texto como un artículo inocente, sino como una traición disparada a mansalva; no comprendió pese a su talento que era sobre “esto” y no contra “aquello” (las preposiciones hacen la diferencia). En fin, terminé por renunciar al empleo.
Allende las consecuencias tristes que ocurrieron en mi vida a raíz del suceso, como el tener que despedirme de un trabajo y un equipo que me gustaba sin mencionar el pequeño desprestigio que causarán las murmuraciones en el medio, hay algunas cosas interesantes que no puedo dejar de señalar por la conversación que conté en el primer párrafo. Primero, ¿cómo es que el director enojado leyó el blog? No tiene Facebook, él mismo dio de bajo recientemente su perfil y no vive en la blogósfera ni en sus alrededores. Sostengo, pues, la hipótesis de que alguien más leyó el blog y se lo pasó pero ante la falta de evidencia se puede expandir la hipótesis hasta suponer que el blog se fue pasando por un número infinito de manos hasta llegar a su destino fatal y quién sabe si de ahí siguió (o sigue) pasando.
Haya sido como haya sido este hecho da pie a pensar que el blog (en general, no sólo el mío) así como otros medios electrónicos sí tienen la capacidad de impactar sobre un público más o menos considerable, independientemente de sus efectos. Por ejemplo, el Sendero del Peje mantuvo comunicados a los miembros de la resistencia civil pacífica que apoyaba a Andrés Manuel López Obrador luego del fraude electoral del dos mil seis.
A propósito de los efectos, toda vez que se trataba en aquel caso de mantener a los miembros de una comunidad informados en torno a un objetivo común, podríamos decir que el efecto fue positivo. En mi caso, por el contrario, el efecto fue negativo, como si el blog se volviera en contra mía. Por eso lo he llamado pintorescamente “efecto blogmerang”, aunque aún hacen falta otros casos para caracterizarlo. Acaso los lectores anónimos de este blog quieran ayudar a hacerlo compartiendo de una buena vez por todas sus impresiones… así al menos sabría quién lee estas palabras tiradas al océano de la red como botellas con mensajes de náufragos.
Ahora pienso que hay un asunto ético de por medio en la relación que mantienen los medios electrónicos con sus efectos, ya que lo que uno escribe puede ser leído por quién sea, contextualizado cuando sea e interpretado como sea. Yo me siento a favor de la exposición abierta del pensamiento, pero, ya se ve, esa libertad, como todas las libertades, demanda responsabilidad sobre sus consecuencias. Lo examinaré en otro post si supero mi temor a ser descubierto por alguien más a quien le resulten incómodas mis ociosas elucubraciones.
Ahora pienso que hay un asunto ético de por medio en la relación que mantienen los medios electrónicos con sus efectos, ya que lo que uno escribe puede ser leído por quién sea, contextualizado cuando sea e interpretado como sea. Yo me siento a favor de la exposición abierta del pensamiento, pero, ya se ve, esa libertad, como todas las libertades, demanda responsabilidad sobre sus consecuencias. Lo examinaré en otro post si supero mi temor a ser descubierto por alguien más a quien le resulten incómodas mis ociosas elucubraciones.