miércoles, 26 de noviembre de 2008

Las palabras y las cosas


Las palabras son rótulos que se adhieren a las cosas,
no son las cosas.

José Saramago.

Mi amor, va a decir el viejo desnudo, ven más cerca, que quiero sentirte, pero las palabras se le hacen polvo en la garganta y no las dice porque el miedo le cierra a tiempo la boca, siempre es mejor temerle a las palabras así, que de tan honestas resultan contraproducentes, no digas lo que no sientes, quizá respondería su amante, es decir el muchachillo que ahora se descalza los zapatos, o bien, no diría nada, se limitaría a sonreír condescendientemente, como quien sabe muy bien las causas que lo llevaron ahí, específicamente en este caso, a esta casa y al pie de esta cama en la que el viejo, ya desnudo, discretamente se toma una pastillita azul que ha sacado del cajón de la mesita de noche junto con el lubricante y los condones, ahora sólo queda esperar a que la medicina haga su efecto y a que el muchacho se desvista y se suba a la alto lecho, compuesto de dos colchones mullidos, perfectamente bien tendido para que, después de algunos besos y caricias más o menos dulces, más o menos sosegadas, las sábanas acaben por revolverse todas y las almohadas, que ahora reposan felices en la cabecera, vuelen despatarradas por cualquier lado, sosteniendo sin querer, aquí y allá, muslos, caderas, pies y cabezas, No te muevas, dice el viejo, esta vez sin morderse la lengua porque sabe muy bien que esas palabras, dichas en ese tono medio lascivo y medio paternal, si es que cabe tal compatibilidad de mitades, no asustarán al muchachillo que, aún en jeans, se ha quitado ya la playera, dejando al descubierto un torso casi de púber, delgado, blanco y lleno de pecas, como leche bronca en la que se han hervido trocitos pequeñitos de canela, mejores leches voy a probar pronto, piensa el viejo para sí mismo, mejor mieles también, sabemos nosotros que, bien podemos adelantar ahora, el muchachillo resultará ser, dentro de un poco de tiempo, a pesar de su corta edad, pues no pasa de los dieciocho años, un experto en las artes del amor, como si lo hubiera instruido en aquellas la mismísima María Magdalena, santa patrona de las meretrices, y es que las habilidades del muchacho ya se adivinan por la forma en la que dice, Por qué y se queda quieto, obedeciendo al viejo, y se estira cruzando los dedos detrás de la nuca, y exhibiendo el pecho y las axilas llenas de vello castaño, sonriendo, guiñando un ojo, ya lo dice el refrán, en la forma de sostener la sartén se conoce al cocinero, Ya vuelvo, dice el viejo, con su acento español que tanta gracia le hace al muchacho, aunque, pese a sus expectativas no ha pronunciado, hasta el momento, ningún joder, ni ningún jolines, que son, en el estereotipo más aceptado o mejor difundido, las expresiones características de los gachupines, como les llamamos a veces acá, en México, en esta gran ciudad capital que entre sus humos y sangres, entre sus rechinidos de llantas y mentadas de madre, envuelven, como en telas de seda o capas de hojaldres a estos dos, viejo y muchacho, en este departamento, de paredes recubiertas de maderas mediocres que con el tiempo se hincharán de humedad, en la Colonia del Valle, famosa por sus habitantes de mediano poder adquisitivo y sus ventanas decoradas con mamposterías sesenteras, que bonito es todo esto, piensa el muchacho y recorre con la mirada los cuadros colgados en el dormitorio, los muebles, la televisión, el aparato reproductor de discos, los azulejos verde pistache que se dejan ver por la puerta entreabierta del baño, entonces, siente la tentación, el deseo de abrir los cajones y esculcar en los armarios, no porque quiera robar algo, claro, sino por la ambición de ver más cosas bellas, cosas que no está acostumbrado a mirar allá en sus rumbos, rumbos en los que hay perros flacos y feos amarrados con mecates en los patios de las casas, y no estos gatos pachones y retozones como nubes de verano que hay ahora a su alrededor, rumbos en los que se bebe cualquier otra cosa, ya cerveza de caguama, ya licores baratos hechos a base de caña, en lugar del fino vodka aromatizado de vainilla que bebe aquí, bien que me podría acostumbrar a esto, piensa, pero no lo dice porque él también tiene cuidado de las palabras y de sus efectos, pero a cambio de cerrar la boca fantasea con que ésta es su casa, ésta, su cama y estos sus muebles, y aquellos que están allá, sus otras habitaciones, su cocina y más abajo, tres o cuatro pisos, su auto para la ciudad y su jeep para el campo, y, claro, ésta que trae el viejo ahora cargando, su cámara de fotos, Sonríe, le dice, y el muchacho lo hace, mostrando los dientes blancos y posando, ora de frente, ora de espaldas, luego, haciendo uso de sus facultades para la seducción, que ya se sabe, son muchas y de buena calidad, sorprende al viejo saltando a la cama y posando todavía, pero ahora de manera bastante más obscena, primero fingiendo inocencia, como lolito, si es que vale la pena la masculinización del término que acuñó Nabokov, ya se muerde la punta del dedo con coquetería, ya manda besos a la cámara, ahora se desabrocha el cinturón y se deshace del pantalón y de la ropa interior, se acaricia las nalgas, recostado de espaldas, luego se gira para presumir su erección de adolescente, roja, palpitante, sube las piernas, se abre el ojete del culo con el dedo que ensaliva primero y mientras hace todo esto, los pensamientos le revolotean furiosos, como mariposas enloquecidas, dentro de la cabeza, no los pone en palabras, simplemente los observa y los entiende, pero nosotros, que nos valemos de las palabras para comprender, al menos ahora, que estamos escribiendo y leyendo, podemos saber en lo que piensa, aunque no con palabras suyas, pues ya hemos dicho que no las usa, no obstante sí con las nuestras, que aunque más a nuestro estilo, conservan el espíritu de lo que quieren decir, en fin, el muchacho piensa, mira vieja cáscara, todo lo que te vas a comer ahorita, y si te gusta te lo puedes seguir comiendo, siempre y cuando me quieras mantener acá, y como el cuento infantil de la labradora que tenía leche y que soñaba despierta con no sé qué trueques maravillosos, y que por soñar despierta la muy distraída tiró el cántaro de leche al piso viéndose esfumar de pronto sus castillos en el aire, como decimos coloquialmente, así sueña despierto el muchacho con acompañar al viejo a los casinos con sus amigos burgueses que beben whiskey con soda en las rocas y que son muy capaces de gastarse mil, dos mil, tres mil, cuatro mil, cinco mil pesos en una noche jugando bingo, apostando en el póquer, bajando la manivela de las maquinitas tragamonedas que, por ser ahora electrónicas, ya no tragan monedas, y es de esta manera, mientras el muchacho se pierde en sus fantasías, las cuales, más vale que lo sepamos de una buena vez, terminarán igual que las de la labradora del relato de niños, o sea perdiéndose en la nada, la cámara del viejo va chasqueando, retratando libidinosa al muchacho que se pellizca los pezones con la mano izquierda, que se masturba con la derecha y se lame un hombro y otro con la lengua, esa lengua de fuego, de íncubo, con la que desea quemarse el cuerpo el viejo que ahora siente resucitar el muerto que lleva entre las piernas, bendito el dios que puso inteligencia en los hombres que sintetizaron el químico sildenafil, ahora comercializado como producto en contra de la disfunción eréctil, con el nombre que en sánscrito quiere decir tigre y que no escribimos ahora porque no queremos ruidos con la oficina de los derechos de patente, A ver si te gusta esto, dice el viejo presionando un botón en el control remoto que dirige hacia el aparato de música al mismo tiempo que se desembaraza de la cámara dejándola en el tocador, de las bocinas viene una música nueva para los oídos del muchacho, Está rico, dice el muchacho, dudando un poco del adjetivo que acaba de usar, pero es que no se le ocurrió algo mejor, I've got you under my skin, canta el viejo como puede, junto con Frank Sinatra, que lo hace como quiere, Y qué quiere decir eso, pregunta el muchacho, Te tengo debajo de mi piel, y de pronto le parece al muchacho que con estas palabras le ha dicho algo increíblemente romántico, sin saber muy bien por qué, seguro no por inspiración divina, que el señor de los cielos no inspira a nadie en los territorios de los desempeños sexuales y mucho menos a estos dos, par de sodomitas y abominaciones seguras ante sus ojos, el muchacho, decíamos, se pone a chasquear los dedos divertido, But why should I try to resist, retoma el viejo animoso y se come a su amante a besos, when baby will I know than well, y ambos cuerpos se entrelazan en un abrazo que es primero deseo pero que, paulatinamente, para sorpresa de todos, incluidos nosotros, se va se va espolvoreando con los polvos de incipientes afectos que va dejando pasar desde el corazón el cernidor de los cuerpos, That I've got you under my skin, y al compás de la música que se mezcla, como mezclados están ya el viejo y el muchacho, con las risas y los jadeos, nos conviene alejarnos de la habitación en la que estábamos, caminar con sigilo hasta el patio de servicio a fumar un cigarrillo o salir a dar la vuelta a la cuadra un rato, apenas el suficiente para que estos terminen de revolcarse a gusto, de grano a grano, de planeta a planeta, como canta Neruda, sin que nuestra nariz fisgona los incomode, no hay que preocuparse demasiado, no nos perderemos de gran cosa, volveremos justo cuando hayan terminado, cuando la simiente de uno se haya derramado dentro del cuerpo del otro, y esto es sólo un decir, porque derramarse lo que se dice derramarse no será, porque, ya lo sabemos, aquí han habido condones de por medio, que no son, ni el viejo ni el chico, hombres que hayan perdido el temor a las pestes y las plagas venéreas, Mi amor, quiere volver a decir el viejo ahora, decir ven, decir más cerca, decir quiero sentirte, pero no lo dice, no porque sea necesariamente cierto eso de que con los años viene la sabiduría o aquello de que más sabe el diablo por viejo que por diablo, sino porque este viejo que ni sabio ni diablo es, bien sabe que palabras así, tan honestas, tarde o temprano vienen a ser contraproducentes, así que se limita a acariciar la cabellera del muchacho que ahora descansa, luego del orgasmo, sobre su pecho, Mi amor, suspira entonces el muchacho, vaya, ya se veía venir que muy a pesar de las reticencias primeras, tarde o temprano, como en la casa del jabonero donde el que no cae, resbala, este muchacho igual que el resto de la juventud, por no ser ni sabio ni diablo ni viejo, le ha perdido con facilidad el temor a las palabras, Te tengo debajo de mi piel, remata el chico y suspira de nuevo, y quién sabe qué quiera decir con eso, es más, no lo sabremos porque el viejo no va a preguntar ahora, qué cosa quieres decir con eso, muchacho, ya que esas preguntas acaban con los buenos momentos y el viejo, por el hecho de serlo, ya no quiere desperdiciar los pocos que le quedan, así que se queda callado por ahora, de todas maneras piensa, no digas lo que sientas, pero esos pensamientos aguafiestas apenas si interesan en este momento en el que los dos, dicho lo que se ha dicho y hecho lo que se ha hecho, se quedan dormidos, acurrucados en la tibieza inherente a la cercanía de los cuerpos, ya con el tiempo, si luego hay ocasión u oportunidad de preguntar por el sentido de las palabras, ya vendrán en las cosas, para bien o para mal, intrínsecas las respuestas, acaso entonces descubriremos si es o no es cierto el bíblico precepto que dice aquello de que la boca habla de lo que el corazón está lleno.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Las Grandes Pérdidas (parte iii)

para Emilio, por supuesto.


Mientras tanto espero,
como un perro a su dueño,
hasta que un día llega la noche
de esta noche, la del encuentro.

Esta noche,
con el aire cortante del invierno,
has vuelto,

y al volver,
como filo helado de navajas,
vuelves sin hacerlo,

así dice el refrán,
tan cerca y tan lejos.

Esta noche eres el árbol de la ciencia,
te duermes a mi lado, ¿cómo no
ser la víbora que se enreda
en las ramas de tus brazos…

… aún sin esperar o recibir
alguna manzana (caliente, lúbrica) a cambio?

Y sin que lo sepas, esta noche
me coges con palabras, me entrego
al rio de semen vivo de tu charla,
revuelto, rápido, caudaloso,

con el corazón y las piernas abiertos,

igual que la hoja seca se entrega al viento
y el viento a la caja de los vientos
y la caja de los vientos a la rosa de los vientos
y la rosa de los vientos al compás de los viajeros:

con amor.

Si te digo esto es porque ya
veo que te estás marchando,
dejando atrás, vacías
mis alas y su vuelo.

Ay corazón mío, abandóname, vete tras él,
no vuelvas hasta que me traigas de regreso
su boca y su sexo y los lunares de su cuerpo,
que yo aquí los espero paciente, a la orilla,

con mi oración:

¡No me pidas que te deje y que me separe de ti!
Iré a donde tú vayas, y viviré donde tú vivas.
Tu pueblo será mi pueblo, y tu dios será mi dios.
Moriré donde tú mueras, y allí quiero ser enterrado.

Mientras tanto, espero,
como un perro a su dueño,
hasta que un día llegue la noche
de la siguiente noche, la del encuentro.