miércoles, 24 de marzo de 2010

Más caballeros por favor.


Hoy por la mañana uno de mis seres más queridos se quejó amargamente por mi último post (al parecer últimamente a todos les da por reclamar mis entradas…) titulado “Más política y menos djs”. En él me refería a la despolitización de la llamada comunidad gay y cómo para muchos homosexuales “de ambiente” resulta más importante saber quién tocará en la pool party del fin de semana, que el hecho reprobable de que una banda de rufianes abofetee con saña a dos dieciochoañeros por caminar tomados de la mano.

Pese a que, según yo, queda claro el sentido del texto y la razón del título, el queridísimo sujeto en cuestión argumentó que siendo él el dj más de moda en el circuito (si él lo dice, ha de ser verdad; yo nada entiendo de esas cosas), mis reflexiones parecían un ataque y argumentó que si él escribiera una queja contra los hombres, yo me daría por ofendido si la perorata se titulara “Más caballeros y menos actores”. Puede que tenga razón, pero como se trata de un caso hipotético, nunca lo sabremos de cierto. Sin embargo si queda claro que ahí “actores” tomaría el lugar de “farsantes”, supongo que no me lo tomaría a mal.

De todos modos el asunto me hizo pensar en algo que había venido masticando en mi cabeza desde hace algunas semanas: la caballerosidad, por lo visto, ya no es un valor importante desde hace varias generaciones, la mía incluida. Hace cincuenta años tal vez, la buena educación y formalidad eran importantísimos puntos de referencia para estimar a los varones y mientras mejores fueran sus modales, en general, mejor era su reputación, en especial ante las señoritas a las que cortejaban.

Pero de un tiempo a esta parte, parece que las cosas se han invertido de tal modo que ahora la vulgaridad se presenta como el epítome de lo atractivo. Lo observo en uno de los alumnos de preparatoria, por ejemplo, cuyo comportamiento es paradigmático: maltrata a sus compañeras verbal y físicamente, les encuentra apodos ofensivos, las jala del cabello, las nalguea sin ningún pudor, etcétera. Uno esperaría que la reacción de las chicas sería cuando menos defensiva, ¡y no! ¡Lo a-do-ran! ¡¿Por qué?!

La respuesta parece obvia, los tiempos han cambiado y según yo, en este caso, para mal. Me atrevo a pensar que no es sólo que la caballería se haya trocado por la vulgaridad, sostengo que es toda una forma de pensar el mundo la que se ha modificado y parece que hemos pasado de las escalas que diferencian lo que es mejor y lo que es peor, a una especie de informidad en la que todo es igual y todo da lo mismo. Recuerdo el tango de Discépolo que decía: “Hoy resulta que es lo mismo/ ser derecho que traidor,/ ignorante, sabio o chorro,/ generoso o estafador... “.

Este atropello a la diferenciación es el responsable de que, por decir algo, la gente no distinga entre la información que un mamarracho sube a la red, la que está en Wikipedia y la de una página de investigadores de la UNAM, por citar un cado muy chato. La incapacidad de discriminar una cosa de otra tiene consecuencias más graves, pero no es momento de abundar en ellas.

Quedan por ahora sólo dos cosas pendientes. Uno, que si el post no se llama como la expresión original descrita párrafos arriba, fue para no tener que escribir mañana retractaciones a los muchos actores que se sintieran tristes por leerme. Y segundo, que en lo que revelo los profundos misterios de la lógica de la modificación de la axiología mexicana, yo sugeriría una revisión del modo en que los unos tratan a los otros en pos de la caballerosidad. Sigo creyendo, lo he dicho fuerte y quedito, que si no empezamos por cambiar nuestro trato hacia los demás, no tendremos nada que oponer moralmente a la violencia que atesta nuestro entorno.

viernes, 12 de marzo de 2010

Más política y menos djs


Al parecer los activistas gay han llegado a la conclusión de que promover la división del colectivo social es el camino a la conquista de las libertades pendientes. Sólo de este modo se explica que una facción de los organizadores de las tradicionales marchas del orgullo haya decidido convocar a una movilización este domingo catorce de marzo cuyo objetivo es, según ellos, celebrar con un carnaval la aprobación de las bodas entre personas del mismo sexo en el Distrito Federal. Sin embargo es bien razonable suponer que este “carnaval” no es más que una marcha que protesta contra la marcha tradicional cuyo punto de origen está en alguna escisión entre la dirigencia de la comunidad gay.

Fuera de querer ganar una fecha más en el calendario para celebrar la diversidad junto con el catorce de febrero, el día mundial de la lucha contra la homofobia o el día mundial de la lucha contra el sida, la convocatoria para este fin de semana abona a la ruptura y manda un inequívoco mensaje a nuestros detractores sobre lo divididos que estamos y lo vulnerables que somos. Y justo ahora, no hay peor momento para fracturarse: la derecha retrógrada pretende reunir argumentos para echar abajo la ley de matrimonios y si no lo logran, podrían aún tener oportunidad para oponerse a las adopciones, además de blindar las constituciones locales para evitar que la discusión llegue a los congresos de los estados.

De todos modos, ya era un hecho consumado que la marcha de junio había perdido desde hace al menos una década su sentido político y se había convertido en una celebración de la desinformación, de la decadencia y, recientemente, del aburrimiento. Más aún, mientras se fueron desdibujando las presencias de las asociaciones civiles, las universidades y los colectivos, la marcha devino en un escaparate para los bares, sitios de encuentro y marcas gay friendly. En pocas palabras, se volvió un ejercicio superficial al que se agrega uno más, el carnaval que viene, que no suma nada y sí resta mucho.

Mientras tanto, ahí están los miles de niños y jóvenes que permanecen encerrados en la prisión del clóset, la legislación pendiente para la reasignación de identidad a transgéneros y transexuales, el vacío en la educación sexual diversa en las escuelas primarias y secundarias, además de los derechos civiles para homosexuales que deben ser conquistados en toda la nación y no sólo en la capital. Huelga decir que nada de esto se ganará con carnavales y enconos, sino con acciones que apunten a la unificación y al trabajo organizado en torno a un objetivo justo.

Por todo esto propongo lo siguiente: dejar de marchar de una vez y para siempre y trasladar la resistencia a la vida cotidiana. Sería mejor darle la mano en la calle a la pareja, en lugar de besarse apasionadamente en la marcha bajo el anonimato de un antifaz de lentejuelas; sería mucho más valiente presentarse un día a trabajar en falda y tacones que desfilar por Paseo de la Reforma con espalderas de pluma y colas de pavo real; etcétera. Claro, todo eso es más complicado que ir a pegar de brincos atrás de un trailer con música electrónica, pero tal vez ahí esté la posibilidad de cambiar verdaderamente las cosas que, a todas luces, no hemos logrado modificar por la vía de los carnavales edulcorados y las fiestas con los djs de moda.

jueves, 4 de marzo de 2010

Votos


Yo prometo ser un niño y
enfermar de gripe,
querer helado,
temerle a la tormenta
y querer un compañero de juegos.

Tú promete cuidar de mí y
aliviarme,
acariciarme,
consolarme
y jugar conmigo.

Y cuando tú seas un niño, yo prometo
ser enfermero,
correr tras el carrito,
enfrentarme a los demonios de trueno
y jugar siempre contigo.