martes, 5 de abril de 2011

En memoria de Julio

Lo recuerdo claramente. Estaban dando sus primeros pasos en la música, recién salidos de la secundaria, y me invitaron a escucharlos. Todavía eran una banda de garaje y sonaban, como es de suponerse, poco menos que espantoso. Intentaban reproducir lo mejor que Dios les daba a entender, y no les daba a entender muy bien, el sonido de esa banda adolescente que, en ese entonces, les fascinaba. Les dije algunas palabras de aliento y reprendí a Julio, el baterista, por sonar encima de las guitarras. Le dio igual, y siguió reventando las baquetas contra los parches con todas sus fuerzas. Qué se le iba a hacer, apenas tenían unos dieciséis años. El tiempo pasó, giró la rueda de la vida. Dos de esos muchachos se hicieron músicos de verdad. El otro, Julio, el baterista, prefirió ser arquitecto, pero no logró graduarse. Lo mataron la semana pasada. Hasta donde alcanzo a entender por lo que los periódicos y las revistas han comentado, lo levantaron operarios del Cartel del Golfo, lo torturaron y lo asfixiaron hasta la muerte. Luego abandonaron su cuerpo destruido en un automóvil junto con el de otros cuatro chicos que corrieron con idéntica fortuna.


No había escrito en el blog desde hace tiempo. No tenía nada que decir, supongo. Hoy escribo, pero sigo sin saber qué escribir. ¿Qué palabras pueden hablar sobre una atrocidad que sólo puede entenderse a gritos? Ni Julio ni sus amigos asesinados eran criminales, ni tenían deudas con el narco, ni se trató de un ajuste de cuentas entre bandas de delincuentes. Los mataron porque sí, porque hace casi cinco años este presidente, imbécil como ninguno, abrió las puertas del infierno sin tener idea de que los demonios que de ahí emergieran iban a estar muy lejos de su control. Mataron a Julio como me pudieron haber matado a mí, a mis hermanos o a mis amigos: sin razón, porque el odio, la violencia y el horror no conocen sentido ni significado.


Mañana habrá marchas por todo el país que pondrán de manifiesto una vez más, como escribió con el corazón hecho añicos Javier Sicilia, que estamos hasta la madre de estos harapos de nación que los políticos-criminales y los criminales-políticos nos han dejado. Pero cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Si sólo marchamos mañana, si nos contentamos con sentirnos “menos culpables por haber hecho lo que pudimos” saliendo un par de horas a la calle con una veladora y unas flores en las manos, si esta marcha lo único que hace es exorcizarnos la rabia hasta que vuelvan a caer más muchachos, entonces, la muerte de Julio no habrá valido la pena. El único modo de honrar su memoria y no ser cómplices de la destrucción de esta tierra que antes llamábamos patria, es organizarnos y exigir de manera inmediata, contundente y visible a esos mamarrachos encumbrados en el gobierno que detengan, de una vez por todas, la lumbre que encendieron y nos devuelvan la paz.


Ante la radicalización de la violencia y el desgobierno, la protesta pública debe también radicalizarse en la paz y la lucidez. Ni mi Cuernavaca querida, ni Morelos, ni México les pertenece a ellos, los que jalan el gatillo y lanzan la ráfaga. Nos pertenece a nosotros y debemos recuperarlos. Esta lucha, mi lucha al menos, no es por volver a ver a Julio tocar la batería atronadoramente, ni por admirar el primer edificio que construyera. Eso ya es imposible. Mi lucha, mis palabras, son hoy por que nuevos jóvenes puedan soñar a ser bateristas o arquitectos sin temor a que una noche cualquiera, manos que más bien son garras, los arrebaten y los devasten.


Así que los que lean esto, piensen mañana, si una marcha es suficiente. Si creen que no lo es, entonces estarán de acuerdo conmigo en que, ahora que es la hora de saber quiénes somos, es nuestra obligación devolverle la dignidad a nuestro pueblo con más que consignas, mantas y buenas intenciones. Si no lo hacemos presto, cientos de Julios más caerán abatidos y uno de ellos, un buen día, seremos nosotros mismos.

2 comentarios:

Nicolai dijo...

Al final del camino, ambos nos volvimos muy respetables, usted ya es todo un profesoreso y yo al final sente cabeza, bien por nosotros!

Raúl Uribe dijo...

La única diferencia, mi querido y pequeño Nikki, es que yo no estoy al final del camino.