lunes, 9 de mayo de 2011

8 de mayo del 2011. Marcha por la Paz.




Sandy Gómez, psicóloga junto a la que alcancé por primera vez el grado de licenciado, ayer al medio día, mientras andábamos en reversa la marcha por la paz en búsqueda del contingente en el que viniera Javier Sicilia, hizo un análisis interesante del acontecimiento histórico, una reflexión siempre en la clave del psicoanálisis y que voy a resumir lo mejor que pueda a continuación: el grito “ya estamos hasta la madre” da cuenta de un exceso de madre y en ese sentido el pueblo que lo grita voz en cuello parece sentirse como el infante freudiano, perverso y polimorfo, antes de que un marco de legalidad, la función paterna pues, lo inscriba en el mundo. La disminuida figura presidencial de Felipe Calderón (que es síntesis, por asociación, de todos los órdenes de gobierno) resulta una figura igualmente perversa e igualmente polimorfa, o sea, el hijo perfecto de la madre devoradora: parapetado en las faldas del poder, caprichosamente empecinado en su (fallido ya por todos lados) plan de legitimidad, furibundo hasta los manotazos melodramáticos que dividen a los mexicanos entre los buenos que están con él, y los malos que los cuestionan. Todos los dictadorzuelos son, en el fondo, iguales. Tan lo es así que bajo sus regímenes se crean figuras psicóticas como la del policía-delincuente y viceversa, figuras que no sólo confunden a la ciudadanía, sino que la llevan a un estado de indefensión conceptual, por principio, y luego enteramente instrumental. Lo saben los miles y miles de hombres y mujeres “levantados” por policías y militares y de los cuales no sólo no fueron presentados o puestos a disposición del ministerio público, sino que nunca se supo más de ellos.

Tal es la capacidad, entonces, de convocatoria de Javier Sicilia: la de un padre que está siendo ahora, incluso un poco a su pesar, padre de todos. Si “ya estamos hasta la madre” es porque no ha venido un padre que nos separe de ese avasallamiento maternal “que hace la guerra para protegernos”. Y México, para bien o para mal, siempre ha sido un pueblo con una fuerte vocación por la paternidad (el Padre Hidalgo es un ejemplo elocuente). Sicilia equilibra, así, la ecuación padre-madre como Rosario Ibarra de Piedra lo hizo en tiempos en los que lo que sobraba era paternidad, castigo y, claro, castración. Y Sicilia, que antier quería escuchar el réquiem de Mozart y que lo dejaran en paz, que quería que no lo confundieran con Lady Gaga y que le dejaran de pedir autógrafos, va a tener que decidir si quiere convertirse en ese líder histórico, en es padre, que el pueblo necesita. Sicilia, padre de un niño asesinado, ha sido llamado por la historia para ser el tejedor de las redes sociales necesarias en México para resistir el poder que nos ha conducido, digámoslo de una buena vez, a una de las épocas más oscuras y vergonzantes de la historia nacional. Cuarenta mil globos se liberaron ayer en el zócalo de la Ciudad de México, en el ombligo de la luna, en recuerdo de las cuarenta mil almas que hemos perdido en lo que va del ignominioso sexenio de Felipe Calderón. Globos que volaron, al fin y al cabo, hasta la morada del sol, el padre eterno. Una manta que leímos ayer viene a redondear la metáfora psicoanalítica de Sandy: “no todos los padres son poetas, pero todos los hijos son poesías”.

Hasta aquí ella. Yo creo que las marchas son un arma de doble filo porque pueden convertirse en una catarsis colectiva que conjure la rabia y la indignación. Por otro lado, si se saben capitalizar, pueden ser poderosas manifestaciones ciudadanas y, a la larga, alcanzan objetivos de progreso social y transformación. Sobran evidencias históricas. Sin embargo, ante la radicalización de la violencia promovida por el Estado, la resistencia social debe radicalizarse en inteligencia e imaginación. Antier leía un texto de Gilles Deleuze sobre Michel Foucault acerca del tema de la resistencia, concepto clave para entender el papel del poder en la obra del filósofo francés. Foucault no deja mucho espacio al optimismo cuando dice que la resistencia no es sino la continuación del ejercicio del poder, su contraparte, digamos y es así porque la resistencia, al volverse poder, se comporta como poder. Las dictaduras que nacieron de las revoluciones socialistas rusa, polaca y cubana son buenos ejemplos de esto. Sin embargo, Deleuze, afirma que una vez cada tanto, se encuentra el modo de resistir plegando el poder, es decir, doblando la fuerza de modo que se afecte a sí misma y deje en paz a las otras fuerzas con las que mantiene relación. En un breve ensayo la semana pasada planteé que la anorexia (idea que robé un poco de Myryam Arias, filósofa de mi total admiración, confieso) y la seroconversión parecen prácticas que doblan el mercado contra sí mismo, los discursos médicos en contra de la esperanza de vida a la que propenden, etcétera. Pero en casos mucho más grandes, como el del movimiento social al que aquí me estoy refiriendo, ¿cómo sería posible re dirigir la potencia del poder en contra de sí mismo?

He llegado a darme dos respuestas, una para el crimen y otra para la partidocracia que lo solapa. Primero: legalización de las drogas blandas, al menos de la marihuana cuya producción, trasportación y venta compone casi la mitad de los ingresos del narcotráfico. Quitarle al “narco” el “tráfico” y meterlo de lleno a la comercialización abierta, someterlo a las reglas del libre mercado, hacerlo entrar en la legalidad, en la función paterna. No es fácil para la sociedad mexicana, que a duras penas puede entender por qué los homosexuales quieren casarse y adoptar hijos, aceptar una propuesta así, lo sé. Pero hay evidencia histórica de que la legalidad rompe las redes de las mafias, es obvio. Hay que pensar, por ejemplo, en los Estados Unidos antes y después de la prohibición del licor. Salta a la vista que, el único modo de volver al narco contra el narco es abriéndole la puerta de salida de la clandestinidad. En el fondo, toda esta violencia sostiene el negocio más lucrativo del siglo, así pues ¿por qué no abrirlo por todas las de la ley a la mano de obra campesina y maquiladora mexicana? Y segundo: frente a las elecciones presidenciales del 2012, la sociedad debería preguntarse muy seriamente si lo que quiere es que, de nuevo, un partido político se haga cargo de la máxima magistratura de la nación. José Saramago logra en su novela “Ensayo sobre la lucidez” poner de cabeza el sistema político de una ciudad cuando sus ciudadanos votaron masivamente en blanco. La demanda de un nuevo pacto político, que es la demanda de la marcha de ayer, si no es escuchada (si esta semana no renuncia García Luna, secretario de Seguridad Pública, que no creo), debe hacerse oír en las urnas que son, por definición, los crisoles de la democracia. ¿Qué poder pueden tener los partidos políticos si la gente decide no concedérselo más? Lo que quiero decir con esto es que esta marcha, todas las marchas que vengan a partir de hoy, deben buscar generar movimientos sociales no alienantes, sino que, antes bien, puedan poner en crisis al poder político y criminal. El cambio depende de la crisis, esto lo sabemos desde hace mucho y comprendo que un pueblo como el mexicano tenga miedo de peores crisis que las que le ha tocado vivir desde tiempos sin principios. Es más, casi se diría que México ha vivido siempre en la crisis, pero una crisis que no progresa hacia la transformación, además de ser una pérdida de tiempo dialéctica, es una crisis que deja de ser un “estar siendo” y pasa a ser un lamentable “modo de ser”.

Tres cosas más. Uno, las bases sociales que marcharon ayer no tienen centro y no tienen color partidista. Eso es un acierto a mi ver, pero ¿esas bases sociales constituidas por padres, adolescentes, amigos, podrán apoyar movimientos como el de la legalización de las drogas blandas o el del voto en blanco?, ¿podrán ser convencidos de que la radicalización de la protesta en este sentido tal vez sea el único modo de dejar de ver muertos a los hijos, a los padres, a los amigos? No lo sé. Quince por ciento de la población del país, en cálculos de Xabier Lizarraga, harían visible la propuesta. Esos son más o menos dieciocho millones de mexicanos, cuatrocientos cincuenta veces más de los que han muerto. Dos, en todos los países donde se ha luchado contra el narcotráfico (Italia, por ejemplo), se ha tenido que tocar, de entrada las finanzas del narco; en todos los países menos en México, ¿por qué? Pues porque una investigación sobre el dinero del narco conduciría con mucha facilidad a los poderes fácticos que se enmascaran tras el Estado. La oligarquía quedaría al descubierto en sus nexos de cooperación con el crimen organizado y eso es algo que, evidentemente, al poder no le interesa. Mientras eso no ocurra, la guerra contra el narco seguirá siendo un eufemismo para no decir “terrorismo de Estado”. Y tres, por último, la Ley de Seguridad Pública que pretende instaurar un estado policiaco está acelerando la progresión de esa crisis que no acaba por estallar. Si la ciudadanía no logra, desde abajo, una conversión por la vía de la paz de las estructuras de gobierno, esa ciudadanía va a acaudillarse, cuando menos se le espere, y encontrar modo, medio y motivo para hacer encender la mecha, ahora sí, la guerra civil. Y ese es un futuro, el de la lucha armada, que nadie quiere pero que, como decía Ernesto Guevera, puede ser el único medio para los pueblos que quieren liberarse. La demanda de “No más sangre” de Rius, debe cumplirse antes de que, para dejar de derramar sangre, haya que derramarla a raudales.

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