viernes, 2 de octubre de 2009

¿Y ahora qué?


Todos los años por estas fechas redacto algún texto sobre la matanza de estudiantes ocurrida en la Ciudad de México en 1968. En este 2009, sin embargo, no encuentro ánimos suficientes para encumbrar una lucha histórica por la libertad y la democracia que a todas luces ha fracasado, y habría que empezar a admitirlo.

Por principio el poder ha institucionalizado el recuerdo de la represión de ese día, aprovechando la alternancia política para señalar que los detentores del régimen de entonces no son los mismos que los actuales y que, siendo ellos tan distintos a los del pasado, no son sólo diferentes, sino más tolerantes y civilizados.

Por supuesto estos baños de pureza no hay quien los crea. El sistema político mexicano se cuenta entre los más escandalosamente corruptos del mundo y más aún, y esto debería ser motivo de mucha preocupación, uno de los que más continuamente atropella los derechos humanos.

No obstante, aunque ya es mucho decir, esto no es lo más terrible. Lo verdaderamente aterrador es que este país, que se enfila a celebrar doscientos años de haber iniciado su guerra de independencia y cien de guerra civil –revolución, le dicen algunos-, no es, por cierto, ni efectivamente independiente y ni por asomo socialmente justo. No es necesario explicar porqué.

En lo que refiere a la autodeterminación, todo el mundo sabe de los mecanismos económicos que nos atan a los vaivenes de la superponencia norteamericana; y el que no lo sabe conceptualmente, los resiente en su quincena cada vez que hace el mandado.

Respecto de lo otro, la justicia social, el estandarte de las revueltas revolucionarias, no queda más que consecuencias tragiquísimas: el abandono del campo, el sindicalismo parásito y los setenta años de gobiernos emanados del PRI de los que hace apenas menos de una década nos quitamos de encima y que, lamentablemente, ya extrañamos ante la ineptitud y cinismo confesional del PAN.

En consecuencia, si ninguna de las dos guerras que celebraremos con tanto patriotismo el año que entra ha cumplido sus objetivos, estaremos, como es lógico pensar, haciendo una apología de dos fracasos rotundos, fingiendo que algo mejoró.

Es verdad que no existe la esclavitud ya en este país, abolida por el cura Hidalgo en 1810, pero a cambio tenemos empleados que maquilan “en el gabacho” mañana, tarde y noche a cambio de unos dólares que envían a sus proles al sur del Río Bravo.

También es cierto que ya no hay latifundios con tiendas de raya del tipo de los que describía la bonita canción de El Barzón, pero tenemos instituciones bancarias dedicadas a perseguir a sus deudores, cobrándoles intereses estratosféricos, hipotecando sus casas, fichando sus nombres en el buró de crédito como bandoleros a los que se les ha escrito un vistoso “WANTED” sobre sus cabezas.

La violencia desatada hace pensar que en México el demonio no simplemente anda suelto, sino que además no hay quien lo persiga: bombas aquí, ejecuciones acá, decapitados acullá, etcétera. Algunos ves en estos los signos alentadores de que una nueva revolución se acerca, de manera que se cumpla el ciclo de cada cien años (1810, 1910…) y que el cambio está cerca.

¿Será cierto? Quién sabe. Pero a la luz de los fracasos que ya sabemos, cabe preguntarnos de qué nos serviría un nuevo conflicto armado. Podríamos hacer arder el país, ya estuvimos apunto de hacerlo hace tres años, luego del fraude de las elecciones… podríamos hacerlo de verdad… ¿para qué?

¿Para qué? ¿Para que un nuevo Guerrero sea sucedido por un nuevo Iturbide que se haga coronar emperador?, ¿para que los nuevos carrancistas se hagan matar contra los nuevos maderistas y estos con los nuevos villistas? Las mezquinas ambiciones de poder de los caudillos mexicanos no valen la pena como para derramar sobre esta tierra más sangre de la que hasta aquí ha corrido.

También hemos creído en la revolución de las conciencias, pero no ha funcionado la gran cosa, tampoco. Por un lado los muertos de Tlatelolco están tan muertos como hace cuarenta años y su memoria es preservada por algunos universitarios y no mucho más que eso.

¿Su movimiento ha sensibilizado el grueso de la conciencia nacional? Yo diría que no. De ser así hace mucho que hubiésemos exigido la renuncia del presidente Felipe Calderón, por decir lo más, o la encarcelación del cardenal Norberto Rivera, por decir lo menos.

Del mismo modo, muertos quedaron los jipis que ponían flores en los cañones de las ametralladoras, las células comunistas que se oponían a la guerra de Vietnam y todos los herederos de Woodstock y de, para hablar de nuestro caso, Avándaro.

Hoy, nosotros, no estamos mejores informados, ni más educados, ni somos más críticos. Le seguimos teniendo miedo a la influenza, a la crisis y a Salinas, como cuando niños le temíamos a la oscuridad, al viejo del costal y al fin del mundo. No hemos preferido abrir los libros a apagar la televisión ni hemos intentado tomar agua de limón en lugar de Coca-cola.

Ése y no otro es el tamaño de nuestra enana estatura moral, si no, ¿de qué otro modo podríamos explicar que todos prefiramos obtener la licencia de conducir pagando doscientos pesos en la Comercial Mexicana en lugar de presentar el examen de manejo?

Los lectores más optimistas o más serios, que tienen a no lanzar salvajemente filípicas totalitarias (como yo ahora, imbuido en la frustración), dirán que no es para tanto y puede que tengan razón. Pero insito hemos fracasado, hemos fracasado todos y no hay qué celebrar más que nuestra ceguera y abulia.

Aceptar este fracaso de proyecto de nación no es sencillo, pero sería lo sensato: admitamos que nada funciona y que nos hemos mentido por siglos.

“¿Y ahora qué?”, me preguntarán. Pues bien, no lo sé, pero una cosa sí puedo decir: que cuando lo sepa, lo sabré porque dejé de creer en el día en que “las armas nacionales se cubrieron de gloria” y en la inmortalidad de la flor de la palabra.


2 comentarios:

homar dijo...

El 68 en México es dominio de la academia, de los politicos, de la televisión y de la literatura, ni siquiera esta en los libros de texto de las escuelas públicas. Es además un punto de lugares comunes y simbolos que nadie (casi) entiende ni pretende realmente entender, pero que todos citan. Pero siempre habra algo que decir desde el punto de vista de las artes, desde la sociologia, desde la politica, pero mientras no exista por ejemplo, un juicio donde alguien este preso por lo ocurrido aquel año, dificilmente al menos en mi caso, podría sentir que se ha hecho justicia. Mientras no pase eso, seguiremos recordando en conferencias, libros, programas de radio y blogs. Hasta el próximo año!

Mortajazario dijo...

Y que más murierón muchas cosas en esos años..."No habrá revolución, se murió la utopía, que viva la bisutería" ... Puedo hablar desde los 80's tristes que me toco vivir, un barroco que esconde detrás otro vacío un nuevo despotismo ilustrado.